03 mayo, 2011

Todo empieza cuando el objeto de tu afecto te inyecta una fuerte dosis de algo que nunca te has atrevido si quiera a admitir que querías. Un emotivo "chute" de amor y emoción descontrolada, pronto empiezas a ansiar esa atención con el mono de una yonki. Y cuando te la deniegan enfermas, enloqueces, por no hablar del resentimiento que sientes hacia el camello que te enganchó y que ahora se niega a pasarte tu droga.
¡Maldita sea! Si antes te lo regalaba sin pedírselo. Lo siguiente eres tú en los huesos, temblando en una esquina, con la única certeza de que venderías tu alma para volverlo a probar una vez más.
Mientras tanto, el objeto de tu adoración ahora siente repulsión por ti.
Te mira cmo si no te conociera de nada.
Lo irónico es que él no tiene la culpa.
En fin, mirate bien, eres una calamidad, no puedes reconocerte ni con tus propios ojos.
Y has llegado al destino final de tu encaprichamiento, la total y despiadada, infravaloración de ti misma.

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